Delitos de Sangre

EL DOCTOR QUE QUERIA EXTERMINAR LOS BORICUAS

Magaly Rivera Season 2

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La medicina puede sanar o puede convertirse en un arma mortal según las manos que la controlen. Así comenzó uno de los capítulos más oscuros en la historia médica de Puerto Rico cuando Cornelius Packard Rhodes, un brillante doctor de Harvard respaldado por el prestigioso Instituto Rockefeller, llegó a la isla en 1931 con una misión aparentemente humanitaria: combatir la anemia que afectaba a los puertorriqueños.

Lo que nadie imaginaba es que detrás de aquella bata blanca y credenciales impecables se escondía un profundo desprecio racial. Rhodes veía a Puerto Rico no como una tierra de personas que necesitaban ayuda, sino como un laboratorio sin restricciones éticas donde podía experimentar libremente. Esta mentalidad quedó expuesta cuando escribió una carta a un colega confesando haber "matado a ocho puertorriqueños" e "intentado implantar cáncer en varios", además de expresar su deseo de que "una ola gigante borrara a los puertorriqueños del mapa".

Cuando la carta fue descubierta, desató indignación en toda la isla. Sin embargo, el sistema colonial protegió a Rhodes, quien escapó de Puerto Rico sin enfrentar consecuencias. Lo más perturbador fue lo que sucedió después: en lugar de ser castigado, Rhodes fue ascendido a posiciones de mayor prestigio, dirigió proyectos de guerra química durante la Segunda Guerra Mundial y hasta tuvo un premio científico con su nombre que perduró por décadas. Solo la persistente lucha de académicos e intelectuales puertorriqueños logró, 72 años después, que se eliminara este homenaje a un hombre que había despreciado tan abiertamente a un pueblo entero.

Descubre cómo este caso expone las terribles consecuencias cuando el poder médico se combina con el racismo sin supervisión ni rendición de cuentas, y por qué esta historia sigue siendo relevante como advertencia sobre los peligros del colonialismo disfrazado de ayuda humanitaria. Si esta historia te conmovió, compártela para que nunca olvidemos que la dignidad humana debe estar siempre por encima del supuesto progreso científico.

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Speaker 1:

¿Sabías que en los años 30 a Puerto Rico llegó un doctor con bata blanca, cara de científico y un plan para borrarnos del mapa? Supuestamente venía a curar la anemia, pero lo que trajo fue otra cosa Desprecio, experimentos y muerte, porque cuando la medicina cae en manos equivocadas, puede dejar de sanar y convertirse en un arma. Esta es la historia de Cornelius Rhodes, el doctor que quería exterminarnos. Proceed with caution, officers on the scene. Suspect is in custody. Hola, mi gente, bienvenidos a su canal. Delitos de Sangre. Yo soy Magaly. Gracias por acompañarme durante este nuevo episodio. Como siempre. Los invito a que seas parte de esta familia. Suscríbete al canal, déjame un like, un comentario. Comparte el video para que llegue a donde más personas.

Speaker 1:

En 1931, puerto Rico no era ni estado ni república. Era un territorio estadounidense desde 1898, cuando España nos entregó como botín tras la guerra hispanoamericana. Desde entonces, el gobierno de Estados Unidos había tomado control de todo de las leyes, de la educación, del sistema de salud y de nuestras vidas. Y mientras tanto, nosotros, los puertorriqueños, vivíamos en condiciones de pobreza, con brotes de enfermedades, acceso limitado a servicios médicos y un clima social cargado de desesperanza. Era el escenario perfecto para que llegara alguien con bata blanca, supuestamente con la intención de ayudar. Ese alguien fue Cornelius Packard Rhodes.

Speaker 1:

Cornelius Packard Rhodes nació el 20 de junio de 1898 en Springfield, massachusetts, una ciudad que ya para ese tiempo tenía hospitales, universidades y familias con poder. La familia de Cornelius era una de ellas. Su papá, thomas Packard Rhodes, era un oftalmólogo bien establecido, un hombre blanco, educado, protestante, con dinero, conexiones y reputación. Cornelius creció con todo resuelto en su mundo Educación privada, círculos sociales cerrados, veranos cómodos y sin necesidad de mirar hacia abajo. Desde pequeño le enseñaron que él era diferente, no mejor por esfuerzo, sino por nacimiento, porque así funcionaba el mundo en el que vivía, y él se lo creyó. Cursó su educación secundaria en Springfield Y, cuando le tocó ir a la universidad, se fue a Bucknell University, una institución privada en Pensilvania. Allí no solo se destacó académicamente, sino que empezó a cultivar lo que sería su imagen para el resto de su vida.

Speaker 1:

Cornelius era un joven brillante, confiado, competitivo y cada vez más seguro de que el mundo era suyo. Para moldearlo, después de Bucknell fue aceptado en la Harvard Medical School, donde ya no era un estudiante más. Ahí fue elegido hasta presidente de su clase y en 1924 se graduó con honores como médico. Lo tenía todo prestigio académico, liderazgo y un currículum que no solo abría sino que tumbaba cualquier puerta, pero también arrastraba algo que no se veía en papel Una mezcla de ego, elitismo y una visión profundamente jerárquica del mundo. Para él, no todos valíamos lo mismo.

Speaker 1:

Después de Harvard, comenzó su internado en el Peter Bent Brigham Hospital, uno de los mejores hospitales de Boston, y ahí la vida le pegó un gran susto al contraer tuberculosis pulmonar. Estuvo grave, fue internado y aislado por varios meses, y fue durante ese tiempo que algo en él cambió, que algo en el cambio. Mientras que otros saldrían del hospital con más empatía sabiendo por lo que él pasó, cornelius salió con una fijación, una obsesión. Se sumergió en los libros, en los tejidos y en todos los procesos patológicos y se volvió adicto a entender cómo las enfermedades atacaban el cuerpo Y, más aún, cómo él podía manipularlas, controlarlas. Cuando se recuperó, cornelius no perdió el tiempo y publicó un estudio sobre la reacción tuberculínica, junto a su colega y futuro cómplice profesional, fred W Stewart. Ese fue su pase directo al mundo de la investigación seria y le encantó, no los pacientes, claro, pero sí el poder de saber más que los demás. Luego se convirtió en profesor de patología en Harvard, mientras seguía publicando, enseñando y moviéndose con soltura en los círculos académicos más exclusivos del país.

Speaker 1:

Jackie Cornelius no era sólo el estudiante estrella, era el científico joven con agenda, con actitud y con cero dudas de que el mundo le debía un laboratorio sin límites. En 1929, con apenas 31 años, fue reclutado por el Rockefeller Institute for Medical Research, una de las instituciones científicas más influyentes del planeta. Allí trabajó directamente con Simon Flexner, que era como el papa de la medicina experimental en esa época. Además, lo nombraron patólogo de la planta en el Rockefeller Hospital, donde se dedicó a estudiar hematología, cáncer y poliomielitis. Rhodes iba subiendo como la espuma, no solo por su inteligencia, sino porque sabía moverse. Sabía a quién impresionar, cómo hablar, cómo vestirse, cómo caerle bien a los hombres con poder. Y lo logró Al punto que, cuando la Rockefeller Anemia Commission necesitó a alguien para liderar un estudio clínico en Puerto Rico, ni lo dudaron Él fue la primera opción, un tipo joven con bata blanca, currículum perfecto y cero frenos éticos.

Speaker 1:

Lo enviaron con una misión humanitaria, humanitaria, la cual era estudiar la anemia severa que afectaba a la población puertorriqueña. Pero lo que Cornelius Rhodes llevó a la isla no fue medicina, fue arrogancia y un desprecio que lo iba a traicionar con tinta y papel. Hay que entender bien dónde cayó, porque Puerto Rico en 1931 no era ni la sombra de lo que es hoy. Llevábamos ya más de tres décadas bajo control estadounidense, desde la invasión de 1898. Y aunque nos decían ciudadanos, la verdad es que no teníamos ni voz ni voto. No votábamos por el presidente y todavía no votábamos si vivía en Puerto Rico, y tampoco elegíamos al gobernador. Todo se decidía en Washington.

Speaker 1:

Puerto Rico era literalmente un laboratorio político y médico. También En lo económico estábamos destrozados. La gran depresión había pegado fuerte y en Puerto Rico se sintió todavía más. La mayoría de la tierra estaba en manos de corporaciones azucareras de Estados Unidos. Los trabajadores boricuas, gente de campo, jornaleros pobres trabajaban de sol a sol por centavos.

Speaker 1:

Las condiciones eran infrahumanas, Las huelgas eran constantes, el hambre era cosa diaria y, como si fuera poco, la salud pública era una catástrofe. Enfermedades como el anquilostoma, la malaria, la anemia severa y otras condiciones relacionadas a la desnutrición estaban por todas partes. El sistema médico era precario y en muchos pueblos no había ni médicos ni hospitales. ¿y sabes quién sí tenía centros médicos modernos? Las misiones protestantes de Estados Unidos Tenían los hospitales bien montados, limpios con tecnología, pero no hechos realmente para el pueblo, sino que eran para los proyectos especiales, como los que llevó a Cornelius hasta Puerto Rico. A eso súmale que la educación se daba en inglés, cuando la mayoría de los boricuas sólo hablaban español. Y súmale también el racismo, el clasicismo, el trato como ciudadanos de segunda. El trato como ciudadanos de segunda. La isla era vista como un experimento y esa era la mentalidad con la que llegaron muchos médicos, funcionarios y científicos estadounidenses, como quien dice venimos a civilizar, venimos a enseñarle cómo se hace. Pero en realidad venían con otra agenda. Y justo ahí es cuando entra en escena el joven doctor estrella Cornelius Packard Rhodes.

Speaker 1:

Llegó en enero de 1931, pero ya sabemos que no vino a sanar. Vino con su bata blanca y mentalidad colonialista. Llegó a un Puerto Rico desesperado, vulnerable, lleno de gente que confiaba en los médicos porque no sabían qué más hacer. Y él lo sabía y lo aprovechó. Lo asignaron al Presbyterian Hospital en Puerta de Tierra, uno de los centros médicos más modernos de la isla. Pero ese hospital no era realmente para los puertorriqueños. Pero ese hospital no era realmente para los puertorriqueños. Realmente era un proyecto financiado por misiones protestantes de Estados Unidos bajo el control del Rockefeller Institute.

Speaker 1:

Desde el principio, rhodes fue tratado como la estrella del hospital. Tenía su propio laboratorio, recursos personal a su disposición y, lo más importante para él, acceso a pacientes pobres, enfermos, sin voz y sin opción. Y ahí, en ese entorno, empezó a mostrarse tal como era que surgieron de su tiempo en el hospital. No hablaban de avances ni de curas. Hablaban de un médico que se negaba a tratar a ciertos pacientes, que rompía las dietas prescritas por otros doctores, que tomaba decisiones médicas sin consultar y que, peor aún, se refería a los puertorriqueños como si fueran ratas de laboratorio Delante de sus colegas. Hablaba con desprecio, no intentaba aprender español, no mostraba interés en la cultura ni en las condiciones sociales de los pacientes. Lo suyo no era empatía ni vocación, era soberbia pura. El respaldo del Rockefeller Institute, porque era joven, porque era blanco, porque era educado en Harvard, porque sabía más, porque los que estaban debajo de él pacientes pobres, técnicos locales, médicos boricuas no tenían el mismo peso.

Speaker 1:

Rhodes tenía un territorio sin vigilancia real y un ego del tamaño del imperio que lo envió En sus cartas privadas. Al principio se notaba, encantado con la isla, que si el clima es buenísimo, el paisaje es bello, el entorno agradable. Pero no pasó mucho tiempo antes de que esa imagen se rompiera y diera paso a lo que realmente había detrás Puro odio. Puerto Rico para él no era un lugar con personas, era un experimento, un sitio ideal para hacer pruebas sin reglas, para hacer lo que le diera la gana, un campo de ensayo disfrazado de hospital. Y todo eso iba a explotar muy pronto en una sola carta, una que él mismo escribió con su puño y letra, una que lo delataría para siempre.

Speaker 1:

El 10 de noviembre de 1931, cornelius Rhodes asistió a una reunión social en una casa de un colega puertorriqueño en Sidra. Pasé una noche tranquila como cualquier otra entre médicos. Conversaron, tomaron alcohol, se rieron. No sé, a mí una reunión de doctores en aquella época me suena bastante aburrida. Encontró con que su carro había sido vandalizado, le rompieron los cristales, le robaron cosas de su interior Y, con ese ego que no toleraba ni una rayita en su orgullo, se encendió, volvió al hospital enojado, borracho y con sed de desahogo.

Speaker 1:

Se encerró en su oficina del Presbyterian Hospital, sacó papel membretado del Rockefeller Institute y escribió una carta, y no cualquier carta, sino una carta que pasaría a la historia como una de las confesiones más enfermizas jamás escritas por un médico. La carta iba dirigida a su amigo y colega en Boston, fred W Stewart, y aunque empieza como una descarga de rabia, lo que sigue es pura podredumbre, y cito Los puertorriqueños son sin duda la raza más sucia, perezosa, degenerada y ladrona que jamás ha habitado esta esfera. Me enferma tener que vivir en la misma isla que ellos. Son incluso peores que los italianos. Lo que esta isla necesita no es medicina, sino una ola gigante que los borre del mapa. He hecho mi parte, ya he desvivido a ocho de ellos Y he intentado implantar cáncer en varios.

Speaker 1:

Aquí la compasión por el paciente no existe. De hecho, los médicos disfrutan del abuso y la tortura de estos pobres infelices. Y al final, así sin filtro, como si hablara de insectos, no de seres humanos, puso su nombre Dusty, su apodo. Ahora, el Dr Rhodes no llegó a enviar esta carta. La carta se quedó sobre su escritorio como si no importara, como si nadie fuera a leerla, como si el desprecio, el racismo y la confesión de vivir pacientes no fueran gran cosa, hasta que alguien la encontró.

Speaker 1:

Un técnico puertorriqueño llamado Gonzalo González, que trabajaba en el hospital, vio la carta y no se quedó callado. La compartió con otros trabajadores y en poco tiempo esa carta llegó a manos del Partido Nacionalista de Puerto Rico. Y ahí fue cuando todo explotó. El líder del partido, pedro Albizu Campos, leyó la carta y no dudó en denunciarlo públicamente, diciendo que no era solo una carta enferma, sino que era una prueba viva del odio sistemático que el gobierno colonial estadounidense sentía por el pueblo puertorriqueño. Albizu no se guardó nada. Repartió la carta en panfletos, la leyó en mitines, exigió justicia. Y la gente reaccionó.

Speaker 1:

Hubo protestas, escribieron cartas al gobernador, presión en la prensa, indignación en cada rincón de la isla. ¿y saben qué hizo? Cornelius Huyó Se fue de Puerto Rico en diciembre de 1931, apenas semanas después de escribir esa carta. Lo sacaron bajo custodia rápido, sin mucha explicación, como quien rescata a alguien del fuego antes de que lo quemen.

Speaker 1:

Vivo con la verdad Y desde lejos, bien cómodo en Nueva York, empezó a decir que todo había sido una broma, que no era en serio, que era sarcasmo, una broma Confesar que desviviste a ocho pacientes y decir que querías exterminar a todo un pueblo. Eso es una broma. Pero esa fue su defensa y, tristemente, fue suficiente. Después del escándalo que se armó por la carta y la presión pública de Pedro Alviso, campos y el Partido Nacionalista no dejaron bajar ni por un segundo. El gobierno colonial no tuvo más remedio que hacer algo, así que el 6 de enero de 1932, el fiscal general de Puerto Rico, rafael Alonso Torres, anunció que se abriría una investigación formal, que querían revisar todo, que si las muertes en el hospital, los pacientes bajo el cuidado de Rhodes, sus expedientes, sus tratamientos y todo eso sonaba bien claro investiguen. Pero ya todos sabíamos lo que venía.

Speaker 1:

Analizaron los historiales médicos de 257 pacientes que habían pasado por las manos de Cornelius en el Presbyterian Hospital de San Juan. De esos, 13 murieron mientras él estaba a cargo 13. Y sin embargo, la investigación concluyó que no había suficiente evidencia para probar que él hubiera matado a nadie. Según ellos, todo parecía indicar que la carta había sido escrita en un tono fantástico, que había sido una exageración, una sátira, una manera dramática y supuestamente jocosa de desahogarse. En otras palabras, le creyeron. Le creyeron al médico blanco de Harvard que dijo haber matado gente y no le creyeron a los pacientes pobres y colonizados que estaban muertos.

Speaker 1:

Así de claro, mi gente, y así de sucio. Y con eso el caso se cerró, sin cargos ni consecuencias, nada contra Rhodes y sin justicia para las víctimas. Cornelius Rhodes fue absuelto sin juicio, sin tener que dar ni una sola explicación, como si nada hubiera pasado, como si los muertos fueran un rumor, como si los puertorriqueños no valieran la pena de ser defendidos. Y lo peor estaba por venir, porque, mientras allá en Puerto Rico se sentía la indignación, en Nueva York le estaban preparando una nueva oficina. Mientras en Puerto Rico la gente seguía exigiendo justicia, en Estados Unidos a Cornelius Rhodes lo estaban aplaudiendo. Porque sí? el mismo hombre que escribió con su puño y letra que había desvivido a ocho pacientes, el mismo que dijo que los puertorriqueños deberíamos ser exterminados, regresó a Nueva York sin una mancha legal y con una nueva carrera bajo el brazo.

Speaker 1:

1932 fue nombrado jefe del Departamento de Patología del Memorial Hospital for Cancer and Allied Diseases en Nueva York. O sea, en vez de sancionarlo, le dieron más poder, más recursos y más pacientes. Lo pusieron a trabajar en el campo que más le interesaba el cáncer. Y allí volvió a encontrarse con su colega y amigo Fred W Stewart, el mismo a quien le había escrito aquella carta, y juntos comenzaron a trabajar en lo que pronto se convertiría en una de las instituciones más importantes del país, el Memorial Sloan Kettering Cancer Center. Y quién fue el primer director de ese centro?

Speaker 1:

Cornelius Packard Rhodes, el hombre que despreciaba a los puertorriqueños y confesó haberlos usado como conejillos de indias, se convirtió en el líder de una de las instituciones más prestigiosas en la investigación contra el cáncer. Desde ahí, no solo dirigía estudios, también decidía a qué científicos se financiaba, qué tratamientos se desarrollaban y qué vidas merecían prioridad. Y no quedó ahí.

Speaker 1:

Durante la Segunda Guerra Mundial, rhodes fue nombrado coronel por el Ejército de los Estados Unidos y lo pusieron a cargo de una de las tareas más sensibles del momento dirigir el programa de guerra química del Army Chemical Warfare Service. Traducido al español, claro. Le dieron permiso para experimentar con armas químicas en seres humanos. Los experimentos se llevaron a cabo en bases como Edgewood, arsenal y afectaron a más de 60.000 soldados estadounidenses. Muchos de ellos eran puertorriqueños, afroamericanos y hombres de comunidades marginadas, usados como material de prueba sin consentimiento, sin información, sin protección. Los rociaban con gas mostaza, les provocaban quemadura, los encerraban en cámaras, les aplicaban compuestos tóxicos en la piel. Querían supuestamente medir la reacción del cuerpo humano bajo ataques químicos, saber cuánto podía aguantar el cuerpo humano y los resultados. Obviamente que resultaron, con daños pulmonares permanentes, ceguera, cicatrices genitales, traumas psicológicos que nunca se curaron, y todo eso con el sello de aprobación de Cornelius Rhodes.

Speaker 1:

Pero ni eso lo detuvo. Al terminar la guerra, lo regresaron al Sloan Kettering, pero ahora con estatus de héroe militar y científico, y desde ahí comenzó una nueva etapa en su carrera el desarrollo de la quimioterapia. Usó parte del expediente de armas químicas del ejército para probar compuestos en pacientes con cáncer. Y algunos de esos estudios aportaron avances importantes, pero otros fueron solamente abusos disfrazados de ciencia, experimentos sin consentimiento, pruebas en manos vulnerables. Y mientras todo eso pasaba, en 1949 Cornelius Rhodes apareció en la portada de la ciencia. Lo mostraron como visionario, como un símbolo del progreso médico, pero ni una sola palabra sobre Puerto Rico.

Speaker 1:

Bueno, pasaron los años y Cornelius Rhodes murió el 21 de agosto de 1959 a los 61 años, de un infarto. Hasta el último día, seguía siendo el director del Memorial Sloan Kettering. Nunca enfrentó una acusación formal, nunca pidió disculpas, nunca pagó por nada. Y la historia, como tantas casi, se pierde, pero casi no es lo mismo que olvidada. En 1979, la AARC, la American Association for Cancer Research, creó el premio Cornelius Packard Rhodes Memorial Award, un galardón importante y respetado que fue entregado por más de 20 años a científicos destacados en oncología, con el nombre de un hombre que dijo exterminar a los puertorriqueños. Eso era lo correcto? nada, nadie. Y así, año tras año, su nombre seguía apareciendo en congresos, en portadas de revistas y en muchos discursos, como si nunca hubiera escrito aquella carta Hasta que llegó el 1982.

Speaker 1:

Ese año, el sociólogo puertorriqueño Félix Toño Matos Bernier y el historiador Félix Ojeda Reyes comenzaron a investigar el rol de científicos estadounidenses en la isla durante la primera mitad del siglo XX. Y ahí, revisando documentos, cartas y archivos del gobierno, se toparon con algo que muchos ya habían sospechado. Que muchos ya habían sospechado, había una segunda carta, una aún más grave, una que, según el ex gobernador James R Beverly, fue tan perturbadora que decidieron destruirla, no archivarla, no investigarla, no mencionarla en informes oficiales, simplemente la borraron de la historia. Esa revelación lo cambió todo. Porque si una carta ya era espantosa, ¿qué era lo que decía la segunda? Con esa información, matos, bernier y otros intelectuales exigieron al Departamento de Justicia de Puerto Rico que se reabriera el caso, que se hiciera justicia aunque fuera histórica. Pero la respuesta fue la de siempre No se puede. El Dr Rhodes ya falleció. Pero y los muertos Y los que usaron como pruebas Y los que nunca supieron que los estaban usando? Nada silencio. Pero ellos no se quedaron de brazos cruzados.

Speaker 1:

En el año 2002, el profesor Edwin Vásquez, biólogo de la Universidad de Puerto Rico, encontró una copia autént directamente a la American Association for Cancer Research Y les hizo esta pregunta ¿Saben a quién están honrando con este premio? ¿Conocen la historia completa del Dr Rhodes? Y esta vez mi gente no pudieron ignorarlo. En 2003, bajo la presión pública y académica, la AACR canceló el Cornelius Packard Roads Award. Emitieron un comunicado diciendo que, aunque no había evidencia concluyente de que hubiera desvivido a pacientes o trasplantado cáncer, el contenido de la carta era tan racista, tan despreciable, tan inaceptable que no podían seguir celebrando su nombre. 72 años después, mi gente, no porque el sistema lo reconoció solo, sino porque los puertorriqueños se negaron a callarse.

Speaker 1:

La historia de Cornelius Rhodes no es solo la historia de una carta vieja. Es un retrato brutal de lo que pasa cuando el poder, el racismo y la ciencia se mezclan sin control y sin consecuencias. Este hombre escribió con puño y letra que mató a ocho pacientes, que intentó inyectar a cáncer en otros y que el pueblo puertorriqueño debería ser exterminado. Y fue premiado, ascendido, su foto fue puesta en portadas de revistas, condecorado por el ejército, un premio de medicina con su nombre, y silencio, mucho silencio. Pero ¿qué dice eso de las instituciones que lo protegieron? ¿Qué dice de los que sabían y lo dejaron seguir, de los que lo vieron como un genio, ignorando que también era un monstruo?

Speaker 1:

La carta de Rhodes no solo fue una aberración personal, fue una ventana. Cómo se veían los puertorriqueños desde arriba? como material descartable, como cuerpos sin derechos, como números en un estudio, no como seres humanos. Y no, esto no fue un caso aislado. Fue parte de una historia mucho más larga, porque después de Rhodes vinieron los anticonceptivos experimentales a esterilización forzada, las pruebas con medicamentos no aprobados, los estudios secretos en comunidades pobres. Y siempre el mismo patrón Es por el bien de la ciencia. Ellos no entienden, pero es por su bien, nadie va a preguntar. Pues, estamos aquí preguntando, exigiendo y recordando, porque contar esta historia así es una forma de justicia, una forma de decirle al mundo esto pasó y no lo vamos a dejar pasar.

Speaker 1:

Cornelius Rhodes murió en 1959, pero su sombra sigue presente, no por él, sino por todo lo que representa El colonialismo disfrazado de ayuda, el racismo científico, el daño que causó, el desprecio que dejó plasmado en papel y el sistema que lo aplaudió. Todavía están presentes en muchas formas. Por eso no lo olvidamos, porque esto no es solo historia, es una advertencia. Hoy, en el 2025, su nombre ya no está en premios, pero su historia sigue siendo nuestra. Y si esta historia te dio coraje, te revolvió el estómago, te abrió los ojos, compártela, no por mí, sino por todo lo que ya no tienen voz para contarla. Porque cuando un hombre escribe que mató a personas y lo premian por eso, eso no es ciencia, eso es una barbarie Y nosotros, los boricuas, no somos sujetos de prueba, somos un pueblo con memoria y dignidad.

Speaker 1:

Que no se nos olvide. A mí me da un coraje tan grande cuando yo tengo un paciente especialmente latino no solo boricua latino que toma medicamentos y no sabe ni por qué se lo están tomando, ni para qué se lo están tomando. Hay que desconfiar, hagan preguntas, porque no sabemos todo lo que nos están dando. Eso es un problema de generación en generación que no ha cambiado. Yo llevo 21 años trabajando en emergencias médicas y siempre ha sido lo mismo. Esta historia me dio tanto y tanto coraje. Mi gente, que Gracias por acompañarme y gracias por su apoyo. Saben que los quiero muchísimo. Hagan bien sin mirar a quien Delitos de sangre. Nos vemos, bye.

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